miércoles, 31 de diciembre de 2008

el diente madrugador

No sé como sean ustedes para dormir, conozco personas que me son sumamente cercanas, que aun antes de reposar la cabeza en la almohada están prácticamente coaguladas, ya sus últimas palabras que igual pueden ser “buenas noches” ó “no se te olvide pagar el agua”, ya son en un estado de sonambulismo prematuro. Por otro lado hay gente que también me es cercana, que duerme intermitente, un rato dormido y otro despierto, para así repetir el ciclo hasta que llega la hora de levantarse a cumplir con sus obligaciones ante la sociedad. Yo por mi parte he de confesar que batallo bastante para caer en brazos de Morfeo, pero una vez instalado ahí, me dejo ir hasta el momento en que me despierta mi cara mitad, o me cae un chamaco desde la tercera cuerda.
Bueno, esta historia parte desde el momento en que mi princesita empezó a mudar su láctea dentadura, dos de sus preciadas perlas se aferraban (igual que burócrata a su sueldo) a no caer, a quedarse cómodamente instaladas en su lugar, sin importarles que detrás de ellas venían empujando fuerte y pidiendo su lugar en el mundo las otras piezas, que llamaremos permanentes. Así que las permanentes empujaban y las otras se aferraban, todo esto en un duelo que nos mantuvo en ascuas durante bastante tiempo al resto de lo que yo llamo mi familia, el tema de conversación, sufrimiento, alegría y todo lo que conlleva, eran los mentados dientes. La batalla era ardua, de proporciones titánicas, las aferradas ya temblaban como cocodrilo en zapatería pero se negaban a dejar su puesto, la princesita de esta historia sufría, el resto padecíamos este sufrimiento. Intentamos todos los remedios habidos y por haber, se sugirió el cordón en la puerta para extirparlas, se le llamo al ortodoncista, se les amenazo con mandar a un licenciado ayudado de la fuerza pública para proceder a su desalojo, incluso intente el dialogo con ellas. Una de ellas no sé si por cansancio o por mis emotivas palabras consintió a retirarse, la otra siguió en la pelea.
El clímax llego la noche anterior. Tres de la madrugada (por dios que no son horas), unos gritos de volumen infrahumano despertaron a toda la familia…¡¡¡ya se me cayó el diente!!!
La infanta ya le cobro su cuota de recuperación al ratón…y yo ya no pude dormir.

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