martes, 28 de julio de 2009

ENTRE MARFILES Y PORCELANAS

Dicen los entendidos, yo no lo soy, que a la celebración de los catorce años de matrimonio se les llama “bodas de marfil”, y al periodo comprendido entre los veinte y los veinticinco años “bodas de porcelana”. Si me baso en las leyes terrenas y eclesiásticas, en este día yo debería de celebrar con marfiles que me agencie una esposa. En mi particular y tomando en cuenta el tiempo que tengo de conocerla y de estar ligado de alguna forma u otra a ella, celebraría con porcelanas. Aunque siendo sincero celebraría con marfiles, porcelanas, oros, diamantes, fuegos artificiales, música, bailes regionales, banda de guerra, desfiles, carnavales y todos los argumentos que existen para celebrar algo, por la simple razón de poder pasar mis horas, minutos y segundos a su lado.
Mi mermada memoria me empuja hacia aquella épica tarde de un caluroso Julio, el sol descendía a las espaldas del Cristo, resaltándolo, como diciéndonos que su luz estaría presente en todo momento en nuestras vidas. Las palmeras en la calzada eran testigos mudos que se mecían ante el soplo de vientos traídos desde mares y tiempos lejanos. En la acera correteaban algunos niños con sus alegres juegos y su bullicio, en su mundo dijéramos, delicioso presagio de los tres pedacitos de cielo que al igual que aquellos, ahora brincan, ríen, lloran, combaten y me educan. En el horizonte comenzaban a aparecer algunas estrellas, las más brillantes, aferradas a participar en el evento. Las familias –ambas- engalanadas se entremezclaban con el resto de la concurrencia, comentando, bromeando, disfrutando…quizá. Yo, gallardo y elegante (eso quiero creer) transitaba nervioso entre un grupo y otro, poniendo a punto todos los ingredientes necesarios para tan especial ritual, ¿que quien trae los anillos?, ¿quién porta las arras?, ¿que el lazo?, ¿que quien trae a la novia? (todavía ahí dudé de que se fuera a presentar), viendo como las manecillas del reloj avanzaban inexorables hasta señalar con dedos de fuego, que la hora pactada llegaba. El sacerdote –malo el- me amonestaba por mi nerviosismo, que los artículos no son necesarios –me decía-, ¿ni la novia? –Pensaba yo- obligándome a impedir que de mi casta boca saliera la pregunta. A lo lejos un auto, no recuerdo cual ni de quien era, pongamos que una carroza tirada por soberbios caballos aparcaba, para que de ella bajara la más hermosa princesa que he visto en mi vida, –y vaya que he visto varias al fletarme todas las películas infantiles habidas y por haber- puedo jurar so pena de ser quemado en los infiernos, que no miento, quien haya estado presente ese día no me dejara mentir, no es por complacer a la bella dama, tampoco por alabar lo por mi conseguido, es pura y simple verdad que hoy atestiguan mis palabras, y aquí sí, la memoria no me falla, es porque la prueba existe en múltiples fotografías que adornan las paredes de mi hogar. Todavía es fecha que la mama de un amigo, cada que la veo –y la veo muy poco- me comenta…”oye, que preciosa se veía el día de la boda, una muñequita, etc. etc.”
Retorno a mis recuerdos, los dos frente al altar, intercambiando anillos y promesas, atándonos con lazos que jamás serán desatados, y otra vez el sacerdote –malo el- corrigiéndome cuando me avente mi rollo aquel de que yo a ti…te cuidare…te amare…te querré, y todos los tes que se dicen en ese momento, mi educación y mi decencia me impidieron contestarle las ciento veintitrés frases que se me ocurrieron, y gallardo como soy aguante a pie firme la amonestación (solo le falto sacar tarjeta amarilla) que me receto el presbítero. Siguen girando los recuerdos, veo en ellos a mi queridísima familia sentada, notoria ausencia (física) de mis padres, porque sé que ahí estaban, y están, acompañándonos, y cuando digo familia digo todos, que por esas extrañas bendiciones que nos da el Señor, agarre esposa y de refilón fui adoptado por el clan de ella, lo cual vino a incrementar de manera sustancial mi cantidad de familia.
Varios me dirán que estoy loco, que nada de lo que cuento es cierto, lamento decirles que así lo recuerdo y si las cosas no ocurrieron como las recuerdo, pues lo siento pero así fueron porque hoy así las recuerdo, licencia de por medio.
La verdad es que pensaba (hoy) qué parte es la más trascendental de todo lo que ocurrió ese día, creo, de hecho estoy seguro, fue el haber pronunciado esa pequeña frase, “yo, te acepto a ti como mi esposa”, eso además de trascendental ha sido concluyente en mi vida, revisando, repasando y recordando lo que he vivido en estos años, no encuentro ningún momento, dulce, amargo, difícil, fácil, hermoso, bello, triste ó alegre, que no haya pasado a su lado y que no me sirviera de sostén, de guía, de apoyo, de compañía. Me faltaría vida y hojas para contar lo dichoso que he sido, tinta para narrar todas las virtudes que posee, y a mi palabras para poder describir el todo que para mi representa.
Bodas de marfil, de porcelana o lo que sean, si son como han sido estos breves años, que sean infinidad de años más.